Recorres mi piel sin dejarte ni un mísero milímetro, haciéndome estremecer, consiguiendo en mi cuerpo un estado de ansia y ganas que va aumentando con cada segundo que lo mantienes alterado. Con una mano sujetas las mías por encima de mi cabeza, con la otra te diviertes explorándome. Tu mirada fija en mis ojos, tus oídos expectantes ante mis gemidos, tus susurros acompañando tus caricias.
Las yemas de tus dedos juegan ahora con mis labios, haciendo que mi lengua, juguetona y codiciosa haga amago de buscarlos. Mis párpados caen rendidos, pero puedo notar tu pícara sonrisa mientras no cejas en tu empeño de hacerme sufrir, dilatando en el tiempo tus caricias.
Tu boca se acerca mi cuello, noto tu cálido aliento y sin más tu lengua se escapa de su cobijo para alterar mi cuerpo al tocarlo, al lamerlo, mientras tu mano sigue con su magistral trabajo, y llega a mis pechos, los circunda sin llegar al centro. Mi espalda se arquea, mi garganta gime, mi cuerpo comienza su particular coreografía contorsionista.
Parece que te recreas en mi padecimiento por llegar al éxtasis. Mi garganta consigue articular un “cabrón…” que te hace reír.
Sabes que juegas con fuego, y, que a mí, me encanta quemarme. Decides acercarte por fin al lugar que reclama tu atención desde hace mucho. Mis piernas se abren sin orden alguna; mi humedad te da la bienvenida, y tú, sabedor del dónde, cuándo y cómo, decides la duración del baile.
