14 de octubre de 2017

Relato #4: Al salir del gimnasio (parte I y II)

1º Parte:
Era verano y hacía tiempo que no iba al gimnasio. Siempre me ha gustado hacer deporte y, aunque salía a correr habitualmente, el gym no lo pisaba desde hacía varias semanas.

Después de un poco de ejercicio me dí una ducha y me metí en la sauna.
Me encanta sentir como el calor provoca que los poros de mi piel se abran, sintiendo que transpiro por cada centímetro de mi cuerpo. Pero quizá por el tiempo que llevo sin sentir ese calor especial que te da una mujer o, quizá por el calor que nos invade en esta época del año, mi cuerpo reaccionó de manera inapropiada para ese sitio y momento, poniéndome en un aprieto. Menos mal que no había nadie más, ni en la sauna ni en el vestuario.
El caso es que, una vez que mi cuerpo volvió al estado de reposo habitual, me volví a duchar y me marché a casa. Pero quiera que el calor seco de la sauna ya había invadido mi cuerpo, se había adueñado de mí y mi mente comenzaba a trabajar, a imaginar, a fantasear. Esperando el autobús llegó una chica a la parada. Tendría unos cuarenta años y un cuerpo bonito, sin ser espectacular. Quizá lo que más me llamó la atención fueron su curvas, generosas pero proporcionadas. Llevaba unos vaqueros ceñidos y una blusa con un generoso escote, que dejaba asomar la blonda de su sostén.

Por azares de la vida nos sentamos uno frente a otro y, educadamente, me prometí no mirar a su escote, pero fue imposible. Con cada bache esos pechos se bamboleaban lujuriosamente, haciendo que mi imaginación volara todavía más, que deseara sopesarlos con las palmas de mis manos, abrazando ese cuerpo por la espalda. Sentí como un dulce calor ascendía por la cara interna de mis muslos, hasta llegar a mi sexo. Sentí mis testículos dilatarse, aumentando de tamaño, sentí mi sexo crecer bajo mi boxer. Me di cuenta que mi vaquero comenzaba a abultarse e intenté disimularlo colocando la bolsa del gimnasio sobre mi regazo. Fue peor. Con cada bache no podía evitar mirar lascivamente esos pechos, que se adivinaban grandes pero turgentes, redondos, suaves, dulces, y el bote de gel golpeaba sobre mi miembro, cada vez más erguido. 
El autobús avanzaba y mi temor era que no podía levantarme así si llegábamos a mi parada. Tuve suerte y fue ella quien se bajó antes, dejando mi sexo estremecido, sin haberlo sabido y sin ninguna culpa. 
Por fin llegué a mi casa. Ya relajado pensé que todo había sido un mal rato, pero, en mi dormitorio, al dejar caer los pantalones mientras desnudaba mi torso, sentí de nuevo el roce de la tela sobre mi pene, que,
en cuestión de segundos, volvió a erigirse como el gran olvidado. 
Unas gotitas de líquido preseminal habían manchado mi ropa interior. Me la quité y quedé desnudo, frente al espejo del vestidor. Mis manos comenzaron a acariciar mi torso, pellizcando suavemente mis pezones. Descendieron lentamente, hasta llegar a mis caderas, alargando una mano para apretar fuertemente mis testículos. 
Me tumbé en la cama, frente al espejo, y comencé a acariciar mi sexo, que sentía duro, caliente, latiendo entre mis manos, mientras la otra se deslizaba por mis ingles buscando mis rincones más ocultos. No pude contenerme y, al sentir la yema de mi dedo índice posándose sobre mi ano, mi pene comenzó a lanzar chorros de líquido sobre mi abdomen, mientras arqueaba mis caderas elevando mis nalgas de la cama y sintiendo que había llegado a lo más primitivo de mi masculinidad. Perdona si eras tú esa chica, pero el instinto fue más fuerte que la razón. 

2ª Parte:
Al cabo de varias semanas y, de nuevo, al salir del gimnasio, coincidí con la misma chica en la parada del autobús. Esta vez vestía una falda, justo por las rodillas, que mostraban unos gemelos torneados y hacían pensar en unos muslos definidos y bonitos, y una camiseta ceñida. Me miró un instante y su mirada me hizo pensar que en nuestro primer encuentro fue consciente de lo que me fijé en ella. 
Subimos al autobús y me senté al fondo, dejando libre el asiento de al lado. Ella, que se había quedado de pie, al ver que había sitio junto a mí, vino sin dudarlo. 
“Hola de nuevo”, me dijo, y me sonrojé como un niño al que han pillado haciendo una travesura. 
Hola, contesté, entre tímido y nervioso. 
Hacía días que no coincidíamos, me dijo. No pude por más que contestar afirmativamente. Perdona, si te molesté el otro día, me sinceré. Para nada, llevaba días viéndote salir del gimnasio y tomar el mismo autobús que yo. 
Y así, fuimos poco a poco, rompiendo ese hielo incómodo que se produce cuando conocemos a alguien que no sabemos muy bien qué piensa de nosotros. Al cabo de un rato llegamos cerca de mi casa y, sin saber muy bien cómo ni porqué, decidimos tomar una cañita de cerveza. El calor invitaba a ello. Después de una agradable conversación, descubrí que era, además de bella y atractiva, muy divertida. 
Ella percibió que me gustaba y, supongo que yo a ella también, aunque, como suele pasar, no fui consciente de ello hasta más tarde. 
Cuando terminamos nuestra caña y, ante la inminente despedida, ella soltó un ¿no me vas a invitar a tomar otra cervecita en tu casa?, ante lo cual mi corazón comenzó a bombear más fuerte y rápido, y, casi con voz temblorosa, contesté: naturalmente, vivo aquí al ladito.

Caminamos entre risas y bromas, provocaciones sutiles y juegos de palabras hasta llegar a mi portal. Entramos y llamé al ascensor. Entramos en él y, en la intimidad del elevador y con nuestros cuerpos próximos, se volvió hacia mí y me besó en los labios, haciendo que un escalofrío recorriera mi columna vertebral, desde la nuca hasta el coxis. Casi sin aliento entramos en mi casa y me dijo: ¿porqué no nos damos una duchita y dejamos la cañita para luego?, así que sin contestar, dejé la bolsa del gimnasio en el pasillo y cogiéndola de la mano, la llevé hasta el baño del dormitorio. Tengo una ducha grande, con una columna de hidromasaje y una mampara de cristal transparente. Abrí el agua para que fuera corriendo hasta salir caliente y, cuando me volví, estaba completamente desnuda ante mí. Me quité la ropa y entramos en la ducha. Dejamos que nuestros cuerpos se rozaran, que el agua acariciara nuestra piel, abrazándonos seguidamente y besándonos apasionadamente, mientras el agua caía sobre nosotros. 
Sentí sus pechos húmedos sobre mi torso, poblado por el incipiente crecimiento del vello, ya que hacía tres semanas que me había depilado.

Abracé su cintura mientras sentí sus manos tomarme por las caderas. La excitación aumentó y mI sexo comenzó a crecer lentamente, rozando con su cuerpo. Comencé a recorrer su rostro con mis labios, besando sus mejillas, sus párpados, su nariz…, besando sus labios suavemente, su barbilla, su cuello, deslizándome muy despacio hacia su nuca, mordisqueando sus hombros, el lóbulo de su orejita, mientras ella pasaba sus manos hacia atrás, acariciando mis nalgas, mientras echaba su cabeza hacia un lado. 
Mi boca buscó sus hombros de nuevo, se giró y la abracé por la espalda, acariciando su cintura, su tripita, recorriendo sus costados con las yemas de mis dedos, desde sus caderas hasta sus axilas, rozando tímidamente las reondeces de sus senos, mientras mi boca seguía jugueteando con su nuca. 
Volvió su cabeza y nos besamos en la boca, mientras mis manos alcanzaban sus pechos, cogiéndolos por las copas, como sopesándolos, masajeándolos suavemente, pellizcando delicadamente sus pezones, mientras sus manos buscaban mi pene erecto, que se frotaba con sus nalgas. 
Mi boca siguió besando su piel, hasta alcanzar su nuca y, desde allí, bajé deslizando la punta de mi lengua por su columna vertebral, hasta llegar al precioso desfiladero que formaban sus nalgas. Arqueó sus caderas y se apoyó con las manos en la pared de la ducha, mientras mi lengua continuó descendiendo entre los cachetes de su culete, hasta alcanzar su ano. Jugueteé con el secreto agujerito, haciendo circulitos sobre él, presionándolo con mi húmedo apéndice, para continuar explorándola, hundiendo mi rostro entre sus muslos y, alcanzado su sexo mojado. Sus labios vaginales estaban semiabiertos, y comencé a recorrer sus ingles con mi lengua, hasta no poder evitar la tentación de, posando mi lengua en el centro de su vagina, recorrerla de arriba abajo, deslizándola entre sus labios, que se abrían al paso como pétalos de flor en primavera al recibir los primeros rayos de sol. Su cuerpo se estremeció al sentirme allí, y tensando mi lengua, la penetré, haciendo circulitos dentro de su vagina, mientras oía su respiración agitada y sus gemidos ahogados bajo el agua de la ducha. 
Sentía mi sexo completamente rígido, con el glande descubierto, sonrosado, terso, brillante, hinchado. 
Comencé a subir con mi boca buscando la suya, mientras mis manos buscaban su sexo, su botoncito de placer, que al encontrarlo, comencé a masturbar cariñosamente. 
Abrió sus muslos aún más y, al sentir mi pene rozando sus muslos, acercándose a su sexo, comenzó a mover su culito buscando el acoplamiento deseado. 
Tomó mi sexo mientras nos besábamos y comenzó a agitarlo, a la vez que frotaba su vagina con mi glande. Mis gemidos le hicieron saber que estaba muy excitado y con una mano me cogió por la cadera empujándome dentro de ella. Sentí su sexo mojado y caliente, perfectamente lubricado por los flujos que habían provocado nuestra excitación. Al sentir mi glande en su interior me detuve, y sentí como clavaba sus uñas en mi cadera, y ante su demanda, continué invadiendo su interior hasta llegar al fondo de su sexo. Nos quedamos los dos quietos, inmóviles, mientras nos besábamos, mientras sentía su sexo contraerse sobre mi pene, mientras ella sentía como latía en su interior. Despacio pero con firmeza, empujé un poquito más, como queriendo entrar todavía más adentro, lo que hizo que se le escapara un gritito de placer, y sentí mis testículos topetear en su culito. 
Comenzamos a movernos despacio, disfrutando del momento, mientras el agua seguía cayendo sobre nosotros, mientras mis dedos jugaban con sus labios, con sus ingles, mientras masturbaba su clítoris, pellizcándolo suavemente, frotándolo sobre el capuchoncito de piel que lo protegía. 
Sus caderas comenzaron a moverse más y más rápido, mientras una de mis manos ascendía buscando sus pechos, que se bamboleaban lujuriosamente con mis embestidas. 
Vas a hacer que me corra, le confesé. Hazlo, me dijo, estoy a puntito de llegar. 
Esas palabras me excitaron aún más y aumenté el ritmo sobre su clítoris, presionándolo un poquito más fuerte. Lo sentía hinchado, durito, atento a los movimientos de mi verga en el interior de la vagina. 
Sentí que encogía el estómago, que su respiración se entrecortaba, que gemía presintiendo que el clímax estaba a puntito de llegar. 
No aguantaba más…, sentía que mi sexo iba a reventar en su interior…, vamos, le susurré al oído, vámonos ahora… y un grito ahogado me dio el banderazo de salida…, comenzó a gemir como no lo había hecho hasta ahora, sus caderas y su culo se movieron diabólicamente, haciendo que mis huevos chocaran con su culo excitándome sobremanera, sintiendo que un torrente de mi esencia ascendía por mi cuerpo, como lava en un volcán a punto de entrar en erupción. 
¡Yaaaaaa! Me dijo, y mi polla comenzó a lanzar chorros de leche caliente, mientras me abrazaba fuertemente a su cuerpo y mi garganta gemía, dando cuenta del objetivo alcanzado. 
Quedamos inmóviles, recuperando el aliento, sintiendo como mi sexo todavía palpitaba en su interior, hasta que poco a poco fue saliendo. 
Nos giramos frente a frente y sin decirnos nada nos abrazamos y besamos. Permanecimos así varios minutos, hasta que, recuperadas las fuerzas, y, entre risas nerviosas, comenzamos a enjabonar nuestros cuerpos, para tomarnos esa cervecita que nos había llevado hasta allí.  

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