8 de abril de 2016

Relato #2 EL ASCENSOR


Es noche cerrada, no se ve un alma por la calle, vestido con la bata blanca de todos los días Arturo se para y mira hacia atrás, no ve a nadie, pero oye unos pasos y acelera el ritmo. Sudoroso y asustado sigue calle abajo, ya no anda, ahora corre, pasa por delante del portal de un edificio de nueva construcción, de fachadas rectas y sin balcones, la puerta está abierta y sin pensarlo dos veces entra y cierra tras de sí. Busca nerviosamente el ascensor, el cual no se encuentra a la vista “mejor” piensa “si está escondido no podrán ver que he subido en él”, corre por el zaguán, el cual haciendo una L le obliga a girar a la derecha, y por fin encuentra el habitáculo rectangular, las puertas están abiertas y atropelladamente aprieta el último número del mando. Las puertas se cierran delante de su cara y el ascensor comienza su trayectoria. Arturo da dos pasos hacia atrás, hasta que la espalda tropieza con la barra de aluminio que hay en casi todos los ascensores, los brazos cruzados se mueven nerviosamente a ambos lados del cuerpo, últimamente esa postura parece relajarle y la ha adoptado como habitual, las manos, agarrotadas sobre sí mismas, consiguen que las uñas, más bien cortas y cuidadas, acaben por incrustarse en las palmas de sus manos mientras empieza a intentar controlar la respiración. Las gotas de sudor recorren la sien hasta caer en el suelo de goma negra.




Cierra los ojos mientras el corazón empieza a regular sus latidos, la garganta totalmente seca por el esfuerzo realizado le pide a gritos hidratación, pero no tiene ni una mísera botella de agua que llevarse a la boca. “Arturo, relájate” se dice en voz baja. Por fin el ritmo cardíaco se restablece, las manos acalambradas a causa de la fuerza con las que las ha contraído, comienzan a relajarse hasta que se abren y nota el sudor que las palmas de las manos han producido a una velocidad considerable, sus piernas que tan bien le han respondido durante la carrera de hace un rato empiezan a temblar y a fallarle, y las rodillas empiezan a vencerse hasta que consigue sentarse en el suelo.

Dobla las rodillas y atrae las piernas hacia el pecho, aunque deja los brazos entre medias, le gusta tener los brazos a buen recaudo, apoya la frente en las rodillas y finalmente se tranquiliza. Su boca se mueve sin pensar, “Piensa Arturo” se susurra “¿Que ha pasado?”. Su mente le transporta al edificio habitual, y visualiza lo sucedido hace un rato, todo le parece extraño, pues no lo hace en primera persona, más bien como si de un mero espectador se tratara. Se ve a sí mismo sentado y unos hombres acercarse a él, ve como levanta la cabeza y como su otro yo los divisa, y observa como su cara relajada se transforma en una mueca de terror, como se levanta y como regateando a los desconocidos, corre hacia la salida. Un golpe seco vuelve a traerle de inmediato al presente, abre los ojos como si de un resorte se tratara y su cerebro digiere lo sucedido: el ascensor se ha parado y las luces comienzan a fallar. Por primera vez Arturo examina el ascensor, suelo de goma, cuatro puertas correderas, dos a cada lado, botonera moderna con un pequeño televisor, el cual no funciona, y paredes de espejo. Algo llama su atención desde su izquierda y antes de poder girar la cabeza y lograr ver lo que hay, las luces se apagan, dejando a Arturo en una turbadora oscuridad.


Asustado, los latidos de su corazón vuelven a cobrar velocidad, no consigue ver nada, y se mueve hacia la derecha, en un intento inútil de huir de aquello que fuera que se encontrara a su lado. Empieza por callar y agudizar su oído mientras sus ojos se acostumbran a la oscuridad, no oye nada, solo la respiración, está confuso, no sabe si es la suya o la de otro ser, los nervios empiezan a jugarle una mala pasada, el sudor vuelve a inundar su cuerpo y la mente empieza a querer confundirle con todo tipo de pensamientos. Pasado un tiempo los ojos parecen habituarse un poco a la negrura del espacio. Arturo, con el miedo comiéndole las entrañas decide girar la cabeza hacia su izquierda, y cree distinguir una figura al otro lado, temeroso de que cualquier movimiento suyo haga que la silueta se lance sobre él y le haga daño, decide no moverse ni hablar. El terror le invade por momentos, no sabe si cerrar los ojos o abrirlos y observar la figura que tanto le aterra, y se decanta por hacer ambas cosas intermitentemente. Pasa un buen rato, no sabe cuánto pues no tiene reloj y tampoco le serviría de mucho tenerlo, pues sin luz es imposible ver la hora, pero quien quiera que sea el que está a su lado sigue sin mover ni un ápice su cuerpo, Arturo diría que está muerto, sino fuera por el ligero movimiento que hace al respirar.

Finalmente Arturo se arma de valor, abre la boca y articula un “Hola” totalmente silencioso, pues de su garganta no sale sonido alguno, cierra los ojos y la boca, para volver a abrirlos a continuación intentando que la tranquilidad le guíe.

“Hola” consigue articular por fin, lo único que consigue como respuesta es haber creído notar un giro hacia su persona de la cabeza de su, por decirlo de alguna manera, compañero. Arturo no quiere darse por vencido y viendo que por ahora no ha reaccionado mal empieza a preguntarle su nombre y su edad, pero nada, no obtiene respuesta.


Sigue nervioso y en esas ocasiones a Arturo le tranquiliza conversar, y decide hablarle a su acompañante de ascensor, y así intentar poner su cabeza en orden. Parece que su nuevo amigo le escucha atentamente, pero no se acaba de fiar, y no deja de estudiar con detenimiento cada movimiento que la oscuridad le permite distinguir.

Alerta, nervioso, sediento y hambriento Arturo ni siquiera ha pensado en intentar salir del ascensor, el cual parado y sin luz le hace pensar en una cárcel totalmente hermética. Cada vez está más cansado y empieza a notar como una mancha debajo de su pierna derecha parece extenderse, parece un líquido viscoso, casi negra, pero claro sin luz sólo puede ver en escala de grises, es imposible saber el color exacto. Es entonces cuando recuerda que, en su huida de aquellos hombres, al salir de la habitación donde se encontraba se dió de lleno con el lateral de una mesa, si, ahora lo recuerda, ese lateral tenía un tornillo que sobresalía y se lo clavó en la pierna…ese líquido…debe de estar sangrando, una quemazón empieza a invadirle la pierna y se va apoderando del resto de su cuerpo, las fuerzas empiezan a abandonarle, el charco de sangre es cada vez más grande, debe de haber perdido demasiada se dice a sí mismo.

Oye unas voces al otro lado de las puertas correderas del ascensor, no puede ser, ¿cómo le han encontrado? Pero ya le da igual, la vista empieza a nublarse, está cansado y sin fuerzas, se inclina hacia un lateral con los ojos aún abiertos en el mismo momento en que la luz empieza a penetrar por la rendija que se va abriendo al abrirse forzadamente las puertas, ve unas piernas que se acercan a él. Arturo sólo quiere ver a su compañero de oscuridad, gira la cabeza, y allí, tumbado frente a él sobre un gran charco de sangre, hay un hombre con el pelo corto, de mediana edad, los brazos cruzados sobre su pecho dentro de una bata blanca de esas que se atan detrás con correas de cuero marrón, mirándole fijamente. Los párpados caen rendidos por la falta de fuerzas y sólo consigue oír una voz “Carlos, el paciente del ala de psiquiatría de la clínica que se ha escapado está herido, llama a una ambulancia”.  



6 comentarios:

  1. Gracias por el relato, me ha asustado y también me ha sorprendido el final.
    Un saludo!!

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  2. Espero que la sorpresa haya sido para bien... Gracias por tomarte tu tiempo en leerme!

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  3. Uff con lo mal que llevo yo lo de los ascensores jejeje pobre Arturo, estaba viéndose a si mismo en el espejo... O quizá era a su oscuridad interior a quien intentaba ver?? Me ha gustado mucho y el giro final es muy sorprendente ..!! Mis felicitaciones Isa ��

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    Respuestas
    1. Gracias preciosa, me alegro que te haya gustado!! Un besazo

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  4. Si, realmente es un relato que pone un poco la piel de gallina, sobre todo al que le tenga un poco de pánico a los ascensores como yo jajaja, pero me ha encantado, ya lo sabes Isa, y como dice Lena... el giro final es buenísimo.
    Felicidades preciosa!

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